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Filosofía y ciencia

Si muchos los más apreciados filósofos de la historia, hubieran tenido noticia de la moderna neurología, seguramente habrían encontrado en su experiencia íntima, la tendencia que los marcó en su pensamiento. Uno de ellos, Emil Michel Sorian, “En la Cima de la Desesperación”, haciendo honor a esta obra de su pluma, puede ser considerado como el más escéptico y aún, el más trágico de todos. Fue la víctima del azar y la casualidad, lo que de por sí le inspiró una explicación fatal del universo. Pasando por Aristóteles creyente de la realidad del mundo percibible, hasta el mismo Platón, el de las ideas eternas, idealizado por los románticos y optimistas, como censurado por su galería de arquetipos, como se refiriera a él Borges; también por los materialistas, idealistas, fenomenólogos, etc. De ellos podría hacerse una clasificación del pensamiento conforme a la eufórica o desesperada visión de su cosmos, mejor que la racional relación que nos muestran los libros académicos.

Es ineludible que un comienzo de nuestra visión del mundo, para todos los actos, incluyendo aquellos cotidianos y ordinarios, en los negocios o en las relaciones familiares, es orientada por hormonas, estimulantes, depresores, y el equilibrio sináptico del sistema nervioso, endógenos y constitucionales en gran medida. Creer que los sistemas filosóficos son estrictamente de origen racional, puede ser un error. A la base química del temperamento filosófico, se puede añadir, desde luego, la propia experiencia emocional del pensador. Kant con sus paralogismos, quiso poner fin a la racionalidad; en su momento y sin confesarlo, fue la máxima expresión del escepticismo. Esto no demerita el valor histórico de la filosofía. La ciencia empírica no sería nada, no tendría trascendencia alguna, si de no afectara la conciencia de las personas, su manera de observar el cosmos, activando la parte emocional, vivencial, sin la cual no se daría el pensamiento.

El aprecio por la vida y el mundo, también es afectado por las etapas de la existencia. La niñez y la juventud han de ser optimistas. Solo así es posible que el ser joven supere todos los golpes y traumas de los primeros años y que se lance a la aventura de la vida, a la experiencia que puede ser dolorosa del amor; que pueda acoger la rutina del estudio, del trabajo, del sacrificio. Ya en la edad madura, el sujeto suele ser escéptico, fácilmente se entrega al fatalismo; critica en los jóvenes lo que él mismo practicó. El dolor de la experiencia de los años, hace que la sonrisa de un niño pueda convertirse en el mayor consuelo para los mayores.